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ISSN 1989-4163

NUMERO 103 - MAYO 2019

 

Cuando Despertó, la Indecisión Seguía Ahí

Inés Matute

De nada había servido la Semana Santa pasada por viento y agua, ni las torrijas hechas con pan sin gluten (la niña es celíaca), ni las procesiones descafeinadas, ni los 27 euros de un whiski sour, una tónica y un café que tuvieron las narices de cobrarnos en un hotel cercano a Palma. Nada había cambiado desde la última conversación inteligente sobre política que había mantenido con un nutrido grupo de amigos: no era equidistancia ni grisura, era indecisión pura y dura, fruto de una realidad incontestable. No le gustaba ninguna propuesta, ningún partido, ningún candidato. En otras palabras, tras haber vivido medio siglo, la potencial votante ya no  creía en nada. Ni siquiera en el valor del intercambio de opiniones más o menos airadas.

Hace una semana conocimos el dato estadístico (aunque para cuando este texto se publique  ya habremos despejado las incógnitas) de que los indecisos electorales superan el 40% del censo, y como la cifra procede del CIS, lo mismo nos hemos venido arriba con la lluvia y los capirotes, y hoy somos más de la mitad los que todavía no hemos decidido el voto y nos movemos en tierra de nadie. La matraca nos la dan los vecinos (guiris, por cierto), los profesionales de la descalificación televisiva, y hasta los amigos de Facebook. Pero da igual, sigo sin movilizarme, sin empatizar, sin mover ficha. Solo sé quienes me producen un rechazo infinito y quienes no me dan tanta grima ni me cortan la digestión mediada la sopa. Pero votar al que menos repelús te produce parece poco democrático, no? Bueno, no sé; alguien dijo que la democracia no es otra cosa que el abuso de la estadística. Sí sé que en el aire flota más indecisión de lo saludable. Y que la capacidad de no-decidir a medio plazo resulta decisiva. Me pregunto si no será un avance evolutivo en la línea de Bartleby el escribiente, que se escudaba en un simple “preferiría no hacerlo” para escaquearse de cualquier tarea.

Le funcionaba.

Cuando un indeciso se empodera, por saberse mayoría, saca pecho sociológicamente y parece que esté mandando todo a la mierda. Y tal vez, como mal menor, lo esté haciendo. Al guano la economía, la sanidad, la educación, la fiscalidad, la inmigración, el paro y Europa. Al guano líderes y “lideresas” porque a lo largo de los años os he votado a todos y todos me habéis demostrado que estáis donde estáis, trepando a codazos en las listas, por otra cosa.

Escribe Javier Marías que “la actual camada de políticos es espantosa: mediocres, miopes, engreídos, falaces, locoides, insustanciales y cínicos con alguna honrosa excepción”. A ver si le llamo luego y hablamos de la excepción y de la honra. Y de la gente contraproducente, que esa es otra. Noches tengo, y no precisamente tras sumergirme en los debates, en las que grito en sueños lo mismo que la reina de corazones: ¡que les corten la cabeza! Tendré que hacérmelo mirar o prestar más atención a Lewis Carroll.

Dentro de nada sabremos quién habrá ganado, y con quién tendrá que pactar, y sabe Dios por cuantos aros tendrá que pasar para gobernar o hacer algo que se le asemeje. Y los indecisos y estupefactos- ¿Legitima mi voto al sistema o voto en legítima defensa? ¿Son de agradecer los gestos de rebeldía? ¿Inhibirse es de pusilánimes?-, nos arrepentiremos de nuestro flamante voto en blanco, en rojo, o en verde. Y tendremos que esperar otros cuatro años para volver a estar indecisos en lo tocante a España, si es que aún existe un país llamado así o si aún se nos permite votar a las mujeres. Igual para entonces ya vamos con burka y el muñeco de un legionario bien plantado luce encaramado a la tele, que si nada lo remedia volverá a ser culona y emitirá en blanco y negro.

Solo una cosa deseo: que salga lo que salga, no retrocedamos décadas.

 

 

 

 


 

 

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